Te invito a preguntarte ¿a dónde te lleva tu ego? ¿cuál es la experiencia que te hace repetir una y otra vez? ¿qué emociones te hace sentir? ¿cómo te hace actuar? y por último te sugiero ponerle un nombre a ese ego que toma el control, de forma que sea más fácil identificarlo.
No hablo de teorías porque sí, hablo de lo que viví.
La mayor parte del tiempo estamos en piloto automático, hay días en que ni siquiera nos acordamos si nos duchamos o no. Estamos tan desconectados del momento actual, sumergidos en nuestra cabeza que perdemos el control de nuestra vida. Y es aquí el problema, el piloto automático (tu ego) te lleva siempre a lo mismo.
Ese modo “automático” en que muchas veces andamos tiene una sola gran preocupación; la sobrevivencia. Es así que para cumplir su cometido, toma de referencia todas tus experiencias dolorosas del pasado, y no sólo las tuyas, sino también las que se vivieron en tu familia, para así “prevenir” pasar por ahí.
Es así que en mi caso, desde mi ego, en ese piloto automático que antes mencioné, sin darme ni cuenta saboteaba mis relaciones o evitaba entrar en profundidad, ya que de manera inconsciente me estaba “protegiendo” de volver a pasar por la experiencia de que alguien nuevamente “prefiera a otra persona” o “desaparezca de la noche a la mañana” y yo volviera a pasar por el mismo dolor que viví cuando mi padre “despareció”.
Ahora ¿esto me hacía feliz? Claramente no. Nadie puede ser feliz cargando un escudo.
Nuestro ego nos protege constantemente de esas heridas que aún no hemos sanado, pero su forma de protegernos es bastante dudosa. De hecho, a la larga, su forma de defendernos se transforma en la raíz de nuestro sufrimiento.
Es por esto que es imperativo que sanemos nuestras heridas del pasado, para no seguir defendiéndonos de molinos de viento.