Desde muy temprana edad, mi vida se vio marcada por la ausencia de mi padre biológico. A los cuatro años, dejé de verlo debido a decisiones que él tomó. Mi madre, devastada, optó por ocultarme los motivos reales de su partida y simplemente me dijo que se fue de viaje para evitar que yo sufriera.
A los cinco años, mi madre conoció a Matías Grez, quien no solo ocupó el lugar de marido de mi madre, sino que se transformó en mi figura paterna. De hecho, desde los seis años hasta el día de hoy, le digo papá.
Sin embargo, pese a que para mí Matías era mi padre, seguí con el apellido de mi progenitor hasta mis doce años. A esa edad, ocurrieron eventos bastante fuertes que no mencionaré aquí, los cuales me motivaron a querer cambiar mi apellido.
Desde mis trece años, comencé a presentarme al mundo como Ignacio Grez, a pesar de que legalmente continuaba siendo Ignacio Urzúa. En 2015, intentamos hacer el cambio de apellido legal, pero no tuvimos éxito.
La verdad es que tener esta dualidad, el cargar con dos nombres, nunca fue un conflicto para mí. De hecho, cuando empecé mi carrera como terapeuta y mis intentos de ser escritor, nunca fue un problema para mí mostrarme como Ignacio Grez, al entenderlo como mi nombre artístico.
Pero hace casi un año, todo cambió. Nació mi hijo.
Mi hijo porta el apellido Urzúa, al igual que yo. Es por esta razón que, en pos de su bienestar, porque no quiero hacerle daño ni causar ningún tipo de confusión o contradicción en él, he tomado la difícil decisión de ordenar las cosas.
Creo que, al igual que muchas personas, he caído en el error de querer controlar o modificar mi realidad a mi antojo, creyendo que eso haría que las cosas fueran mejor. Pero lo cierto es que, en base a los aprendizajes que he obtenido tanto en mi vida como en mi trabajo, lo mejor que se puede hacer es aceptar las cosas como son, por difícil que sea. La aceptación es siempre la opción que da paz, no la lucha como mucho tiempo pensé.
Por mucho que Matías sea y siempre será mi padre de corazón, como un acto de sanación para mí y para mi familia, debo aceptar la realidad tal como es. Aceptar que mi nombre es Ignacio Urzúa y que está perfecto que así sea. No puedo darle la espalda a quien soy, menos ahora que tengo un hijo que necesita de toda mi coherencia.
No ha sido fácil para mí tomar esta decisión, pero sé que es lo mejor para mí en propio proceso de sanación y para mi hijo, por ende, no puedo hacer más que dar el paso.
Espero tu comprensión,
gracias por leerme y por acompañarme en esta difícil transición.